jueves, 26 de junio de 2008

Las mil caras de Peronismo

La falta de alternativas políticas permitió al partido creado por Perón volver al poder a pesar del nefasto precedente de sus gobiernos

ROBERTO MONTOYA

1945-2002. La dura batalla interna del peronismo que precedió la elección como presidente interino de Argentina, primero, de Adolfo Rodríguez Saá, y, finalmente, de Eduardo Duhalde, reflejó la encarnizada lucha, a veces a muerte, que las distintas familias y barones del Partido Justicialista (PJ, peronista) vienen librando desde su creación hace seis décadas y que se agudizó a partir del 1 de julio de 1974. Fue en esa fecha cuando murió su conductor, el general Juan Domingo Perón, meses después de asumir por tercera vez la Presidencia de Argentina.


Entre su derrocamiento, en 1956, y su retorno al poder, en 1974, transcurrieron 18 años de exilio dorado en Madrid, bajo la tutela de la dictadura franquista. Durante esos años Perón logró controlar con mano de hierro a las distintas corrientes internas de su partido, algunas de ellas enfrentadas entre sí a muerte. En la finca 17 de Octubre, en la madrileña y exclusiva Puerta de Hierro, y no en Buenos Aires, se promovía o destronaba a tal dirigente nacional, regional, juvenil, o sindical y se decidía la estrategia del movimiento.

El Partido Justicialista (PJ) ha sufrido escasas y poco significativas escisiones durante sus seis décadas de existencia y esto no ha sido por falta de discrepancias internas, sino fundamentalmente por oportunismo, por supervivencia política. Ninguno de los barones del partido se atreve hoy día a desembarazarse de la mítica tutela de Perón y Evita. Todos reivindican ser sus verdaderos herederos, todos recurren demagógicamente a la «Marcha peronista» (himno del PJ) -que dice en sus estribillos: «Los muchachos peronistas, todos unidos triunfaremos...»-, cuando quieren unir filas frente a un enemigo externo.

PULSO CON EEUU

El golpe de Estado de 1930 con el que el general Uriburu, representante de la oligarquía terrateniente agropecuaria, derrocó al Gobierno reformista de Hipólito Irigoyen, expresión de la clase media y la incipiente industria nacional, inauguró la era de los golpes militares del siglo XX en Argentina.

Mientras un sector liberal del Ejército promovía la ruptura de la tradicional dependencia económica de Gran Bretaña y el acercamiento con EEUU, otro sector militar nacionalista, aglutinado en el GOU (Grupo Obra de Unificación), al que pertenecía Perón, abogaba por un régimen capitalista independiente, que basara el crecimiento industrial en el mercado interno, bajo dirección del Estado. Ambos sectores, opuestos al régimen conservador y autoritario de Ramón S. Castillo, protagonizaron conjuntamente una sublevación militar el 4 de junio de 1943, pero sus diferencias estallarían pronto.

Tras ser agregado militar en Italia en épocas del Duce, Juan Domingo Perón fue nombrado teniente coronel y quedó a cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión, lo que le permitió ir ganando cada vez más popularidad, al crear el Estatuto del Peón Rural y obligar a cumplir leyes laborales existentes pero no aplicadas.

Estados Unidos, preocupado por las buenas relaciones de los militares nacionalistas argentinos con Mussolini y Hitler, exigió a Argentina su ruptura de relaciones con el Eje, y tras conseguirlo, congeló las reservas de oro argentino, por la negativa del Gobierno de Buenos Aires a participar en sus planes de defensa continental. EEUU llegó a utilizar de una manera descarada a su embajador en Buenos Aires, Spruille Braden -más tarde elegido secretario de Estado adjunto- para la lucha política contra Perón.

Braden no dudaba en ponerse al frente de marchas callejeras contra Perón protagonizadas por fuerzas variopintas, que iban desde los conservadores prooligárquicos con socialistas y hasta el poderoso Partido Comunista argentino. Socialistas y comunistas pagarían cara esa alianza, que les llevaría a apoyar incluso el golpe militar de 1955 contra Perón. Esto haría que el control de los sindicatos pasara pronto de manos socialistas y comunistas a peronistas.

Washington obtuvo la complicidad de un sector del Ejército argentino para despojar a Perón de todos sus cargos, encarcelándolo en la isla de Martín García. Grave error de cálculo. Eva Duarte, Evita, logró sacarlo de allí tras movilizar el 17 de octubre de 1945 a cientos de miles de trabajadores en la Plaza de Mayo.

Perón salió de la prisión fortalecido, blandiendo como eslogan electoral el simbólico «Braden o Perón». Cuatro meses más tarde, obtuvo, como candidato del flamante Partido Laborista, casi 1.500.000 de votos frente a 1.200.000 de la variopinta Unión Democrática.

PERON AL PODER

Perón heredó unas arcas del Estado repletas tras años de superávit comercial, y se benefició del gran aumento de las exportaciones experimentado desde 1945, provocado fundamentalmente por las demandas provenientes de una Europa destrozada por la guerra.

Entre 1945 y 1949 el PIB creció casi un 30%; los servicios públicos, entre ellos los ferrocarriles, de propiedad británica, pasaron a manos del Estado, aunque en medio de la euforia nacionalizadora se indemnizara a veces a precio de oro a propietarios de empresas claramente deficitarias.

En Argentina desapareció el paro, los salarios de los trabajadores subieron hasta un 40%. Evita Perón, desde la fundación que llevaba su nombre, inauguraba hospitales, escuelas, asilos de ancianos, visitaba enfermos y hogares humildes, escuchaba sus demandas, convirtiéndose durante su efímera vida (murió enferma en 1952) en un verdadero mito para los descamisados. En política exterior, Perón abogaba por la Tercera Posición, una «alternativa al capitalismo salvaje sin caer en las garras opresoras del colectivismo comunista». En la otra cara de la moneda, Perón comenzó a agudizar sus rasgos corporativistas y autoritarios. Eliminó de un plumazo el Partido Laborista, cuya dirección pretendía mantener independencia frente a su líder, y creó el Partido Peronista (luego renombrado Justicialista); nombró a dedo a los líderes de la CGT, dotándolos de prebendas, haciendo que los sindicatos se convirtieran en su más importante sostén.

Los venales burócratas sindicales, desde esa época en adelante dueños de garitos, caballos de carrera, importantes propiedades inmobiliarias y coches de lujo, tanto movilizaban a los trabajadores en autobuses y trenes para actos públicos de Perón y Evita, como lanzaban sus bandas de matones a boicotear cualquier acto de la oposición.

Perón complementó las acciones de censura y hostigamiento a la oposición con los ataques terroristas de la Alianza Libertadora Nacionalista, dirigida por el ultraderechista Patricio Kelly, que tenía como blancos predilectos los locales y dirigentes del Partido Comunista. En 1949 Perón hizo aprobar una reforma constitucional para permitir su reelección por un número indefinido de mandatos, algo que volvió a hacer muchos años más tarde otro presidente peronista, Carlos Menem. En el último periodo del primer Gobierno de Perón se empezaron a notar las consecuencias de la gran caída de las exportaciones y el hecho de no haber aprovechado la época de las vacas gordas para impulsar un desarrollo productivo diversificado.

LA REELECCION

A pesar de ello, el 11 de noviembre de 1951, dos meses después de abortar un golpe militar conservador en su contra, Perón obtuvo su reelección en las urnas, con el 64% de los votos.

Para hacer frente a la crisis económica, Perón impuso a los trabajadores, gracias al inestimable papel jugado por la burocracia sindical, una política de contención salarial que tiró por tierra las conquistas logradas pocos años antes y redujo los salarios a niveles inferiores a los existentes en 1946.

Para evitar perder el control de la situación, Perón endureció sus rasgos autoritarios... hasta que se enfrentó con la Iglesia católica. A pesar de que en 1947 había impuesto por ley la enseñanza obligatoria de la religión en todas las escuelas, su intento de peronizar cada vez más la enseñanza, de hacer idolatrar su propia figura y la de su esposa, de hacer obligatorios cánticos en su honor y manuales de estudio propios de una dictadura, provocó un choque frontal con la jerarquía eclesiástica. El vaso de agua se desbordó cuando Perón intentó hacer canonizar a Evita.

Como represalia a la negativa de la Iglesia, Perón retiró las subvenciones a los colegios religiosos, y anunció la legalización del divorcio y la prostitución. Fue una declaración de guerra.

Los ataques de las huestes partidarias peronistas pasaron de centrarse en Braden para dedicarse a la Iglesia. Esta, a su vez, comenzó a participar activamente en la lucha política.

GOLPE 'GORILA'

Uno y otro bando convocaban periódicas y masivas movilizaciones callejeras. Había clima de preguerra civil, regía el estado de sitio. En un intento desesperado por evitar su caída, Perón levantó la censura a la prensa y renunció a la dirección del Partido Peronista, pero su suerte ya estaba echada.

Poco después de que Perón asegurara a sus seguidores de que «caerán cinco de ellos (los opositores) por cada uno de los nuestros» tuvo lugar el más que anunciado golpe militar gorila (antiperonista), que contó con el abierto apoyo de la Iglesia y de una buena parte de la sociedad civil. Fue el 16 de septiembre de 1956. Muchos activistas peronistas fueron fusilados tras juicios marciales sumarios.

Perón se refugiaría inicialmente en un barco paraguayo y posteriormente en Madrid. La proscripción del peronismo durante años, lejos de sepultar políticamente a su líder, lo convirtió en un mito.

La sociedad quedó dividida entre peronistas y no peronistas.

GOBIERNO RADICAL

La autollamada Revolución Libertadora que dio el golpe de Estado contra Perón, terminó convocando elecciones en 1963. Ante la prohibición al peronismo de presentarse a la contienda electoral, la Unión Cívica Radical, sin oposición, aupó en el poder a Arturo Umberto Illia, con sólo el 25% de los votos emitidos. Los votos en blanco (del peronismo) supusieron el 21,3% de los votos computados.

A pesar del aumento del PIB en un 7,8% (en 1965) y del índice de empleo (el desempleo bajó al 4,4% ese año), el peronismo hizo sentir rápidamente su fuerza a través de los sindicatos, que boicoteaban toda la acción del Gobierno, castigándolo con cotidianas huelgas generales, y dirigiendo una ola de sabotajes.

La ofensiva peronista no logró sin embargo solidificar su frente interno. Las huestes de poderosos burócratas sindicales peronistas, como Alonso y Vandor (asesinado en 1969), se enfrentaban a tiros, acudiendo cada sector por separado ante el exiliado Perón en busca de apoyo. El clima de inestabilidad social hizo que grandes empresarios industriales y poderosos ganaderos golpearan las puertas de los cuarteles en busca de un salvador que pusiera orden en el país. Otro golpe militar, esta vez llamado Revolución Argentina, encabezado por el comandante en jefe del Ejército, el general Juan Carlos Onganía y respaldado por EEUU, derrocó por las armas a Illia, implantando una dictadura que perduraría hasta 1973. La congelación salarial, la devaluación de la moneda en un 40%, la intervención de las universidades, medios de comunicación y sindicatos, fueron fuertemente contestadas.

EL 'CORDOBAZO'

En 1969 se produjo una insurrección popular espontánea, el Cordobazo, de grandes dimensiones y de inusitada violencia, en la provincia de Córdoba, a 800 kilómetros al noroeste de Buenos Aires, encabezada por estudiantes universitarios y obreros cualificados, que terminó aglutinando a decenas de miles de personas.

Barrios enteros de Córdoba quedaron en manos de los insurrectos, que hicieron frente durante días a fuertes contingentes del Ejército, choques que se saldaron con varios muertos y decenas de heridos. Sin embargo, la impotencia de los manifestantes ante la impresionante maquinaria de guerra del Ejército, que se reproduciría un año más tarde ante otro levantamiento similar, el Rosariazo, terminó traduciéndose en la aparición de organizaciones políticas de nuevo tipo, que rompían con los moldes de los partidos tradicionales. Así surgieron organizaciones político-militares tanto de origen guevarista -la principal de ellas el Ejército Revolucionario del Pueblo-, como aquellas que reivindicaban su pertenencia a la familia peronista -la más poderosa, Montoneros- y reconocían el liderazgo del caudillo (Perón), pero rechazaban a la cúpula del PJ y a la burocracia sindical enquistada en la CGT.

Jaqueada por una protesta callejera y en las universidades cada vez más extendida, una movilización sindical en la que comenzaban a desarrollarse por primera vez corrientes clasistas antiburocráticas, y un creciente accionar guerrillero, la dictadura optó por preparar sus maletas. El último jefe de la Junta Militar en el poder, el general Lanusse, propuso a los partidos políticos un Gran Acuerdo Nacional «contra la subversión apátrida», anunciando elecciones generales y el fin de la proscripción del Partido Justicialista.

EL RETORNO

Dirigentes de las distintas ramas del peronismo comenzaron a visitar con ritmo frenético al caudillo en Madrid, tratando de asegurarse su apoyo ante la nueva situación creada.

El viejo líder populista no dudó en palmear la espalda de todos los que lo visitaban, aunque en realidad los proyectos de unos y otros fueran opuestos.

Primero, tantearía a través de un testaferro político, Héctor Cámpora, el grado de aceptación electoral del peronismo. Cámpora, un dentista moderado del PJ, honesto, sin carisma, poco conocido por el electorado, al que Perón eligió para evitar la lucha entre los distintos jerifaltes peronistas, triunfó a la cabeza del Frejuli (Frente Justicialista de Liberación), en las elecciones del 11 de marzo de 1973, con casi el 50% de los votos emitidos. La euforia inicial en las filas peronistas y en muchos sectores antes opuestos a Perón, que creyeron ver en Cámpora la nueva cara progresista del justicialismo, se acabaría pronto. Los sectores más radicales del peronismo, Montoneros, las Fuerzas Armadas Peronistas y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que intentaban desbordar a la dirección del PJ por la izquierda, pasaron a controlar totalmente la Juventud Peronista (rama del PJ), sacando decenas de miles de personas a la calle, junto a fuerzas de la extrema izquierda.

Estos sectores promovieron y consiguieron -movilizando a cerca de un millón de personas el 25 de mayo de 1973 ante las puertas de la cárcel bonaerense de Villa Devoto- la liberación de todos los presos políticos, en ese momento unos 500. La situación se descontroló, los sectores radicales lograron pesar cada vez más en el frágil Gobierno del tío Cámpora. Perón decidió actuar, debía volver a Argentina para controlar la situación personalmente.

Tras la llegada de Perón a Argentina y la matanza de Ezeiza que tuvo lugar el mismo día de su retorno, Cámpora, presionado por la derecha peronista, que contaba con el apoyo abierto de Perón, presentó su dimisión.

En septiembre Perón volvía a triunfar en las urnas con el 62% de los votos. Inició su mandato el 12 de octubre de 1973, pero murió el 1 de julio de 1974. Fue sustituido en su cargo por su segunda esposa, Isabelita Martínez.

'ISABELITA' AL PODER

Sin contar con el margen de maniobra de Perón en los años 40 y 50, sin la fuerza y carisma de Evita, y con el peronismo cada vez más fragmentado, Isabelita representó la imagen patética, grotesca y cruel del peronismo.

Le bastaron pocos meses en el poder para desbaratar las delicadas componendas realizadas por Perón en el seno del partido y con la oposición.

El dúo Isabelita y López Rega -primero su asesor y luego ministro de Bienestar Social y hombre fuerte del régimen- potenció al sector más ultraderechista del justicialismo, trazándose como principal objetivo la aniquilación física de todos sus enemigos, internos y externos.

La hostilidad hacia la oposición y los medios de comunicación era asfixiante. La paramilitar Alianza Anticomunista Argentina (AAA), dirigida por López Rega y compuesta por militares, policías y matones sindicales, asesinó en menos de dos años, con total impunidad a plena luz del día, a más de 1.000 activistas juveniles, barriales, estudiantiles o sindicales, periodistas.

Montoneros mataba por su parte a burócratas sindicales y torturadores, y el ERP pasaba del asalto de comisarías a tomas de guarniciones militares y ejecuciones de altos oficiales.

Ante la impotencia de la represión legal y del terrorismo de Estado, para hacer frente a las movilizaciones obreras cada vez más radicales y al vertiginoso aumento del accionar guerrillero, Isabelita ordenó por decreto a las Fuerzas Armadas «aniquilar al enemigo subversivo».

Estas se adueñarían pronto de la situación y prepararían el golpe militar del 24 de marzo de 1976, con el que iniciarían el genocidio de 30.000 personas.

LA DECADA DE MENEM

El nefasto recuerdo del último Gobierno peronista, el de Isabelita, hizo que los argentinos, una vez recuperada la democracia tras siete años de terror, votaran masivamente en las urnas al candidato de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín. Este, zarandeado por varias intentonas golpistas de los militares carapintadas, hostigado por el peronismo desde el Congreso y varias gobernaciones de provincia y por la burocracia sindical, y víctima de su propia ineptitud para salir de la grave crisis económica heredada, terminaría su mandato con una población mayoritariamente en contra.

Esta situación permitiría que, una vez más, los argentinos decidieran confiar en las promesas de otro peronista de típico corte populista: Carlos Saúl Menem. Este acudió a las urnas teniendo como candidato a vicepresidente a un caudillo bonaerense cuyo peso crecía día a día. Se trataba de Eduardo Duhalde, el actual presidente.

Menem no tuvo empacho en conjugar el tradicional discurso populista con una política ultraliberal y proamericana, que sólo consiguió agudizar aún más la crisis; descapitalizó el país, hundió su economía y elevó la deuda externa hasta límites extremos. Con Menem se generalizó la cultura de la corrupción no sólo en el ámbito de las grandes privatizaciones de empresas públicas, sino también en el mundo de la política, la Justicia, en la vida cotidiana.

Menem, sus familiares y amigos se vieron envueltos en escándalos de corrupción, en turbios negocios de drogas y tráfico ilegal de armas y en acciones gansteriles contra sus adversarios.

Por ello, el peronismo fue castigado duramente en las urnas en 1999, pero, a fines de 2001, tras el fracaso del Gobierno de Fernando de la Rúa, la rueda de la Historia hizo que, sin mediar elecciones, los peronistas volvieran al poder.

No es difícil entender los actuales cacerolazos. No resulta fácil confiar en que un barón como Duhalde, que ha estado inmerso durante años en las luchas internas y conspiraciones del peronismo, que se ha visto salpicado por sonados escándalos de corrupción durante sus ocho años como gobernador de la provincia de Buenos Aires -a la que dejó en bancarrota-, quiera y pueda desembarazarse de esa pesada historia, de ese anquilosado aparato partidario, de la influyente y corrupta burocracia sindical. En suma, de toda una forma de hacer política.



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La 'matanza de Ezeiza'
La gran fiesta popular con la que Perón esperaba que lo recibieran los argentinos el 20 de junio de 1973, al volver definitivamente a Argentina tras 18 años de exilio, terminó en un baño de sangre. Los sectores más radicales del peronismo, con la organización guerrillera Montoneros y sus distintas estructuras legales a la cabeza, lograron concentrar en el aeropuerto de Buenos Aires a cerca de un millón de personas. Con ello pretendían desbordar a la dirección peronista por la izquierda, seguros de que el general reconocería su peso y se pronunciaría a su favor. Sin embargo, la burocracia peronista no estaba dispuesta a perder terreno. Movilizó a cientos de hombres armados, muchos de ellos policías y militares en activo o retirados, que coparon el palco de recepción y puntos estratégicos del aeropuerto. Las columnas radicales fueron recibidas a tiros, muriendo al menos 13 personas y resultando heridas más de 200. Perón, que tuvo que aterrizar en otro aeropuerto, no sólo no pidió ninguna investigación de los hechos, sino que respaldó a los agresores.

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